En estos tiempos que corren, ya nada nos sorprende. En otro momento recibiríamos con perplejidad los titulares diarios sobre corrupción en todos los ámbitos, y ahora sin embargo ni se nos mueve un pelo. Estamos en un punto de no retorno, un momento de saturación de nuestro sistema en general, donde los partidos políticos se inmiscuyen en todo.
La injerencia de la política ha alcanzado a todos los ámbitos, desde la justicia –el tema candente de la semana y la vergüenza de los viejos partidos–, pasando por la educación –con las constantes concesiones a los secesionistas–, la gestión del sector financiero –con el bochorno de las Cajas de Ahorros que nos han costado a los castellanos y leoneses más de 5.000 millones de euros– y llegando incluso a asociaciones, organizaciones y organismos que a priori deberían estar adscritos exclusivamente a fines sociales y causas comunes alejadas de cualquier vertiente política.
Esta invasión constante ha llevado a que los profesionales de la política se crean que están por encima de todo y de todos, lo que les conduce en no pocas ocasiones, a corromperse en todas las esferas, ya sea un concejal de pueblo o un ministro.
Ahora más que nunca necesitamos regeneración política, recuperar la dignidad de los servidores públicos y la calidad democrática.
Hay que retomar el rumbo, y devolver a la clase política la honradez, la honestidad y el buen nombre, que tanto bien ha hecho por España. Sin ir más lejos, tomemos como ejemplo la altura de miras, la capacidad de esfuerzo y el liderazgo de los políticos de la Transición, los legisladores de nuestra Carta Magna, que cumple ahora 40 años. Superaron diferencias y entendieron el lugar que debían ocupar –sin inundar todos los espacios de política como ocurre ahora– anteponiendo el interés general a cualquier deseo personal.

Noemí Otero